sábado, 16 de abril de 2011

Viernes





Hoy es el último día de trabajo. De hecho, saliendo de la oficina tengo dos largas y prometedoras semanas de vacaciones. Podré descansar y pasarme por algún bar. Mi cuerpo pide veneno: Necesito una cerveza...

Apenas han dado las tres de la tarde y voy cerrando los cajones del escritorio cuando el bip del celular me alerta de un nuevo mensaje entrante:


Hoy en el bar de siempre. Desde las 8:30 de la noche.


Perfecto. Ya hay plan.

Llego tarde, por cierto -raro en mí-, y no bien he cruzado la puerta cuando ya el barman pregunta desde la barra:


-Michelada cubana, ¿verdad? ¿Como siempre?
-Sí, Adán. En el tarro que tiene mi nombre, por favor...


Tenemos hambre y pedimos la carta de botanas. ¿Que tal unas manitas de cerdo en vinagre o una carne apache?




Lo malo de vivir en un país predominantemente católico es que casi todos guardan vigilia durante la cuaresma e incluso en los restaurantes, son retiradas del menú las carnes rojas todos los viernes. Aquí la cocinera nos ha regañado.


-¿Ustedes no guardan la vigilia verdad?
-No -respondo yo con una amplia sonrisa y la señora cocinera se aleja refunfuñando.


Lo bueno es que el cliente siempre tiene la razón y nos han atendido de maravilla. Hemos devorado las manitas en vinagre, la carne apache y aún nos hemos atrevido a pedir unas fajitas de pescado que supieron a Gloria.

Estamos tan entretenidos bebiendo y platicando que no nos damos cuenta que ya están por cerrar. Nos entregan nuestra cuenta y después de pagar nos percatamos de que aún es muy temprano. Así que Germán toma la batuta y sugiere ir a otro lado.


-Ahora vayamos a un bar que conozco a la perfección. Seguido voy por ahí. Son mis rumbos -dice orgullosamente.


Todos los demás tratamos de hacerle ver que el lugar no es tan seguro como él piensa, pero borrachos como estamos, nos dejamos convencer.

¿Alguna vez han oído hablar de las señales? Esos pequeños indicios que la vida te pone para que no hagas ciertas cosas. Pues las hemos ignorado deliberadamente esta noche.

Primera señal.
Son casi las dos de la mañana cuando llegamos al lugar y  en el estacionamiento hay dos tipos, perdidos de borrachos. Uno de ellos se sienta en la banqueta y se queda dormido inmediatamente. El otro trata de levantarlo jalándolo de un brazo y lo único que logra es hacerle dar vueltas sobre su espalda como si fuera una pirinola.

Segunda señal.
Al entrar al bar nos informan que todas las promociones y descuentos ya no son válidas a esta hora, por lo que tranquilamente podríamos habernos ido a otro lugar. O a dormir como  he venido insistiendo desde hace un buen rato.

Mis amigos me mandan a callar y dicen que nos quedaremos. Todo parece ir bien. Nos sirven una cubeta de cervezas y seguimos bebiendo.

Desde esta terraza podemos ver a los borrachos que mencioné líneas más arriba. El dormido ha despertado y al parecer la vejiga le traiciona. Busca un lugar para orinar pero lo hace mientras camina dejando un sendero líquido a su paso.

De súbito comienza una pelea en una de las mesas [el alcohol y los celos son mala combinación, siempre recuerden eso mis jóvenes educandos] y luego en otra y otra y otra más. Pronto el bar entero es una batalla campal.

Mis amigos y yo ya hemos tenido suficiente de peleas durante nuestras épocas de estudiantes como para saber reconocer cuando no es conveniente intervenir. Así que casi todos los que estamos a la mesa seguimos bebiendo mientras vemos el espectáculo. Yo, valientemente, me he ido a refugiar entre cuatro chicas protectoras que están en un rincón.

Mujeres... En una situación así, en un bar sin salida de emergencia  que está en la segunda planta, donde se están quebrando botellas y sillas en las espaldas, dónde cualquier empujón nos hará caer más de cuatro metros y, por cierto, dónde los meseros que quieren calmar los ánimos salen volando en todas direcciones dada la violencia de la batalla campal con rasgos de película Western que se ha desatado... ¿Saben qué es lo que las oía gritar?


-¡Mi bolsa! ¡Mi bolsa!
-¡Mis cigarros!
-¡Tiraron mi cerveza! Yo no la voy a pagar...



En fin, que con tanta acción hasta la borrachera se me ha quitado. Justo a tiempo para ver como los rijosos que han sido desalojados del lugar, rayan con su coche el auto de Germán.

Todos volteamos a verlo moviendo la cabeza y comentando: Te lo dijimos.


Acabo de llegar a mi casa. Son las seis de la mañana del Sábado. Me duelen los globos oculares y me siento mareado. Caigo como regla sobre el colchón y antes de dormirme me pongo a pensar en lo que nos espera en el bar esta noche.



Ojalá que ahora sí nos suceda algo interesante...




¡Salud!





2 comentarios:

  1. JJAJAJAAJA muy buena tu redaccion :)... cada vez que hay chance por aqui ando pero ustedes son los de la mala suerte he ido y no pasa nada.... bueno solo salimos ebrios :D jajaja VALIENTEMENTE se refugio entre esas 4 chicas jeje.... SALUUUDDDD!!!!!

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  2. Claro! "Valientemente"

    Mi estimado borrachote, has dejado de ser un alcoólico anónimo para pasar a un estatus de 'ebrio reconocido'

    Si hasta el mesero te conoce!!

    Jajaja...

    ¡Salud!

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