domingo, 1 de abril de 2012

Lujuria





Lujuria: f. Vicio consistente en el uso ilícito o en el apetito desordenado de los deleites carnales.
Real Academia Española




Las cálidas notas de los violines en una armonía de Re Mayor, perfectamente ejecutadas, llaman mi atención al pasar fuera del teatro. Es un recital, me indica una de las chicas con uniforme que está de pie a un lado de la columna y remata haciéndome la invitación: Puede usted pasar, aún quedan lugares...

Miro el reloj y dudo un momento. Es difícil resistirse, pues el evento es gratuito. Al final, la sonrisa de la chica termina por convencerme y avanzo con cuidado por el corredor en penumbras del recinto. Logro colarme hasta la tercera fila, donde hay una butaca libre. Tomo asiento en el momento justo en que una frase repetitiva del Cello, armonizada en La, lucha y se funde con el Si Bemol de la Viola.

El cuarteto de cuerdas es excelente. Su música me envuelve, me atrapa... Es el primer movimiento de una obra de Haydn. Opus 33, Cuarteto Primero dice el programa que resbala de mi mano. Intento recogerlo pero no puedo. Me siento mareado. Dentro del teatro hace calor, pero yo siento escalofrío. Me pongo de pie y me dirijo a la salida. Justo antes de llegar a ella, alguien me detiene por el brazo.

Giro lentamente. Aún no estoy seguro si tengo fiebre, pero al identificar sus felinos ojos en la penumbra a la que ya pude acostumbrarme, olvido un poco el malestar.



-Hola -me dice sonriendo.
-Hola, Mariana -respondo yo.
-¿Ya te vas?
-Me parece que sí. No me siento bien.



Salimos juntos al lobby y su expresión cambia en automático.



-Te ves muy pálido -me dice.
-La verdad es que me siento mal.
-¿Y qué vas a hacer?
-Supongo que caminar un poco ahí en el parque, esperando que el aire fresco me haga algún bien.
-No puedo dejarte ir así. Te acompaño.
-Gracias, pero no es necesario.
-Insisto.
-Está bien.



Parece que arrastro las palabras, como si todo a mi alrededor sucediera a una velocidad diferente. Me siento lento. Muy lento.

Pronto llegamos al parque y me lleno los pulmones con su frescura. Miro el reloj de pulsera que me heredó mi padre. Son  las 19:27 pero la luz solar que se cuela entre las copas de los árboles, lo hace en una cantidad importante. No tardo mucho en recordar que éste, primer Domingo de Abril, también es el primero con el horario de verano.



-Espera... No puedo más. Necesito sentarme...
-Te ves muy mal. Me estás preocupando.
-Solo necesito descansar un poco.



Me toma de la mano y me mira consternada. Pasa sus dedos por mi cabello, que el viento cálido de esta tarde ha comenzado a despeinar. Puedo ver en sus ojos que su preocupación es real y yo quisiera decirle que no pasa nada, que no tengo nada. Pero a ella no le puedo mentir. 

Se acerca un poco más y me besa en la mejilla. Mi corazón late más aprisa al sentir su pierna rozando con la mía y su tibia respiración cerca de mi cuello. Nuestros cuerpos se reconocen como amantes y mi boca busca por inercia esos labios que ella me ofrece con los ojos cerrados.

Tanto tiempo, tantos deseos refrenados que comienzan a soltarse de sus cadenas. Lo reconozco en las lenguas que luchan, en los labios que se muerden, en el gemido que escapa de su garganta y en mis manos tomando con fuerza su pierna izquierda. Sus besos me dan vida, aliento de vida, y mi malestar pasa a segundo término. El deseo me hace ignorar que estamos en un lugar público por un momento y mi mano derecha se mueve hacia los primeros botones de su blusa. Risas y pasos en la hojarasca me hacen volver a la realidad y creo que a ella también. Abro mis ojos y encuentro su sonrisa. A nuestra izquierda aparece una familia entera riendo a carcajadas... No vieron nada...



-Y... ¿cómo has estado? -pregunta ella para recomenzar la conversación en algún punto, aún nerviosa. O al menos eso creo.
-Quitando lo mal que me sentía hace un momento, he estado muy bien.
-Me da mucho gusto por ti.
-Honestamente, no esperaba encontrarte. Ni en el teatro ni en la ciudad.
-Lo sé.



Vuelve a sonreír mientras lo dice. Me doy cuenta que por fin ha oscurecido y que la temperatura ha cambiado. De hecho ha comenzado a lloviznar, así que la poca gente que aún paseaba en el parque comienza a retirarse. Los últimos en pasar frente a nosotros son los chicos que jugaban ajedrez en las mesitas de concreto que rodean el kiosko.


Reconozco ese fuego en sus ojos. La misma mirada que tenía en ese pequeño departamento a las afueras de la ciudad, nuestro refugio durante aquellos lejanos días en que éramos amantes. Ella se acerca otra vez a mí. Estamos solos en el parque. Solos.

Me toma del cabello para acercarme a su boca, a sus labios, a sus besos y a sus ganas. Yo no opongo resistencia y juntos nos entregamos al placer de las caricias. 

Se levanta de la banca de cantera y se sienta sobre mí, sobre mis piernas. Me toma de la cara con ambas manos y besa mis labios otra vez. Presiona su sexo contra el  mío en un movimiento rítmico, cadencioso y sensual. Yo paso mis dedos por su cabello, por su nuca y continúo por su espina dorsal. Presiono al mismo tiempo con  mis índices los romboides mayores de su espalda, que se arquea de placer. La respiración se hace más rápida y los gemidos más fuertes. Afortunadamente ya no hay nadie alrededor que nos escuche. Mi corazón late con tanta fuerza que siento como se agolpa la sangre a la altura de mis sienes. 





La tomo de la mano y nos adentramos en uno de los senderos del parque. Nos detenemos debajo de uno de los árboles más frondosos. Nuestros ropas están completamente empapadas.

Ella apoya sus manos en el árbol mientras yo beso su cuello. Muerdo el lóbulo de su oreja para sentir como se tensa su cuerpo una vez más. Le abrazo desde atrás. Mi mano derecha se abre camino por debajo de su blusa, ávida de encontrar, con las yemas de mis dedos,  sus turgencias lácteas. Al mismo tiempo mi mano izquierda se desliza por su abdomen hasta encontrar los dos botones de sus jeans azul pálido que obstaculizan su camino.

Desabrocho la metálica botonadura con la experticia que me brindan las múltiples ocasiones en que he realizado la misma acción con anterioridad. Ella está cubierta de lluvia tibia, por dentro y por fuera... Puedo sentirlo.

Entro en ella con toda la suavidad que permite la excitación de  los cuerpos. La noche nos envuelve y la lluvia es el aderezo perfecto para la sinfonía de sonidos y sensaciones primitivas que, irremediablemente, nos arrastran al estertor que anuncia el culmen de nuestra obra...


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