sábado, 9 de enero de 2021

Hoja 16

 

 


El whisky murió sobre la mesa del poeta triste. Dejo que mis pasos me guíen. Paro en el primer café, en la primera puerta abierta, en el primer rincón repleto de nombres y de recuerdos. Ahí están los cuadros de la locura, soledades de ojos interminables; ahí las memorias de un lugar idéntico a este, a cientos de kilómetros de aquí; más allá, un febrero en que traté de escapar de mí, del mundo, de mi presente y de mi rutina. 

Trato de escribir, de recuperar las ideas que hace un rato me rebotaban contra las sienes, o aún antes, cuando sentía la cabeza bullir de certezas acerca de la teoría del caos y del efecto mariposa. Una canción más y el cantante en turno hará una pausa. 

Pienso en el trovador y en cómo le robo descaradamente una oportunidad que el muy cobarde no se atrevería a tomar. Pienso en el escritor, en lo que se dice de él. Quizá también lo despoje de lo que nunca ha sabido conseguir. Se lo merece. Se lo merecen los dos. 

Hoy los caminos se bifurcaron. Esperaba estar bebiendo cerveza para esta hora y, en cambio, estoy sentado frente a una taza de café, escuchando Coincidir en una voz que no es la mía, pensando en una mujer que hace años dejó de responder mis mensajes, pero que acude a mí en el momento en que se le viene en gana. Pienso en otros ojos, allá arriba, entre luces que parecen de otra ciudad, en su promesa de vernos alguna vez. Pienso en nombres amargos y dulces, en verlos mañana, en embriagarme hasta la estupidez contra sus ojos, en algún otro bar. Pienso en las posibilidades de las Mitologías, en el aroma de la tinta fresca sobre el papel. Tengo colgadas de los lóbulos de los oídos las suaves notas de una voz atada con hilos de luna a unos ojos color miel. Todas las personas que conozco parecen tener nombres de mujer. Me hablan desde unos ojos amarillos que se sueñan azules. Quieren provocarme con sus palabras, protegiéndose en la excusa de la distancia, a salvo de la incomodidad y del peso de mi mirada. 

El café se apaga. Hace mucho tiempo que terminó Coincidir. La Golondrina no existe, hoy sé que no es ni un recuerdo siquiera ―¿qué nombre se habrá inventado ahora, en la necedad de este juego inevitable?―. El cantante vuelve a su lugar, toma su guitarra y templa las cuerdas. Ya no queda más café en la taza y yo quiero beber cerveza. 

Bienvenidos. Bienvenidos al rincón de los textos sinsentido. Bienvenidos al frío. Bienvenidos a la oscuridad. Bienvenidos a la noche de la ciudad de piedra.

 

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